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Con el corazón bailoteando

Y el corazón bailoteando
Y el corazón bailoteando Y el corazón bailoteando

Estas últimas semanas, la vida sigue pasando (otra vez más) a una velocidad extremadamente loca. Y no sé qué hacer, por un lado pienso que debería atracar el barco y contemplar, contemplar la vida. Y por otro, pienso que es mejor izar las velas, más alto todavía y dejarme llevar por el viento.

Estas últimas semanas hay cosas que parecen disminuir un poco la velocidad y otras, en cambio, están en plena efervescencia. Desde hace unos días, me llueven los correos, notificaciones y solicitudes de información acerca de los Encuentros de Niños Bilingües Franco-Hispanohablantes de Nantes. Contesto y respondo, contesto y respondo y pienso en voz baja que quién-te-lo-habría-dicho-hace-seis-años. Porque sí, porque pronto cumplirá cinco años y eso sí que es un verdadero torbellino de amor. Un verdadero torbellino creador de sinergias y de nuevos proyectos.

Con el corazón bailoteando

Y luego, desde hace unas semanas, cuestionamientos profesionales, con el firme deseo de impulsar aún más mi empresa. Porque sí, porque se trata de una empresa, grande o pequeña pero una empresa. A veces pienso que eso de decir soy freelance queda así como muy de-moda-es-lo-que-se-lleva-ahora pero que tal vez quite algo de seriedad al asunto y se pierda de visto lo de empresa-de-verdad tengo que pagar impuestos-llevar la contabilidad-declarar cada trimestre. Una empresa es algo tangible. Y también porque vivo, vivimos de eso. Siempre con este deseo de más y más.

Con el corazón bailoteando

Y también esa aceleración loca y dulce a la vez de los bonitos proyectos en curso. En curso de creación, de lluvia de ideas, en curso de contemplación. Proyectos que un día voy a soltar a la naturaleza para que empiecen a andar solos, proyectos en forma de libros, opúsculos, escritos, html y otros (casi)sinónimos. Y siempre las miro tan de cerca las palabras, y las leo, las vuelvo a leer, las releo, rereleo, rerereleo y re-, re-. Sin cesar, sin abandonar, incansablemente, con ese miedo en las tripas del despiste. Pero sonrío. Sonreír, siempre.

Y el corazón bailoteando

Y el corazón bailoteando

Estas últimas semanas mi vida se ha convertido en un vaivén de sentimientos. Porque, si bien no estaba planificado en mi agenda, voy acumulando visitas de bellas personas. Como por sorpresa, y pienso que soy muy afortunada. Tan afortunada que me entran ganas de meterme en mi caparazón, y no sé muy bien cómo expresarme. Y busco inconscientemente mi burbuja a la vez que hago tímidos intentos para dar rienda suelta a mis pensamientos. Sobre ella que vino a verme después de años de intercambio de correos, ella, decoradora de mi casa virtual. Y nos vimos, nos miramos, incluso, metafóricamente, nos envolvimos cálidamente de las risas y las historias divertidas de Thelma. Con ellos dos, también. Y luego, ella, testigo de muchas escenas de mi vida, que está aquí por unos días. Y articulamos la vida, rehacemos el mundo, nos miramos como si fuera ayer, hace trenzas y lee historias. Con ellos dos, también.

Y luego, la reflexión acerca de los nuevos textos. Lo pienso y lo pienso. Tienen que salir, pero entre el frío, los resfriados, el cerebro a mil, pues ahí siguen, haciendo cola en la puerta de salida. Listos pero aún por madurar.

Madurar y bailotear, ¿y si la vida también fuera eso?
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¡Y ya son 15 los años en el extranjero!

15 años de vida en el extranjero.
¡15 años!

12 + 3.

12 años en Francia,
3 años en Bélgica,
2008 también marca el aniversario de mi regreso a Francia, después de un paréntesis belga.
10 años seguidos viviendo en Francia. Mi país en el extranjero.
Y 23 años que lo conozco.

15 años viviendo en el extranjero, expatriación

Porque … mi verano de 1995 en Nantes y mi verano de 1996 en Longwy.
Y también mis comienzos de los años universitarios 1999 y 2000 que empezaban siempre con el mes de septiembre entero en Montpellier. Por aquello de habituarse a los métodos literarios a la francesa. Dissertation y commentaire composé.  Y pluma estilográfica. Sí, sí.

2001-2002 Montpellier
2002-2003 Lorient
2003-2005 Madrid
2005-2008 Bruselas
2008-2010 Paris

… y desde entonces, mi vida en Nantes. Mi vida en pareja. Mi vida de familia. Mi vida en el campo también.

Cuando lo pienso, me da escalofríos.
Cuando lo pienso, no me rejuvenece.
Cuando lo pienso, no me arrepiento de nada. De nada.

Cuando lo pienso, pienso en ellos.
Ellos, que siempre me han alentado.
Mis padres.
Hija única. Un amor incondicional y fiel, ciudad tras ciudad.

Y pienso en esta carta recibida en la primavera de 1995 que me otorgaba la beca para pasar dos veranos de estancia lingüística en Francia. Y me veo a mí misma, sentada en el borde de la cama de mis padres, llorando, porque de repente estaba asustada. Mucho miedo. El miedo me atrapó. Y mi madre que me animó y me tranquilizó. Ella y su única hija, cara a cara.

Tenía que llorar, debí llorar. Con razón.
Porque creo que, en realidad, fue a los albores de mis 16 años que mi vida en el extranjero empezó.

Crédito Foto: La Danse de l’image
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En tierra firme

Hay esos momentos en que «todo» se convierte en «demasiado», en que el vaso se derrama y uno se dice que es imposible llegar a ese «todo». Hay momentos en que el tren va tan rápido que sientes que es imposible ver lo que se trama tras la ventana. Y sientes vértigo.

Y luego llega el momento del descanso, el momento para tomarse tiempo, un momento a veces obligado, un tiempo para decirse que sí, que tienes derecho a tomarte unas vacaciones, aunque sean vacaciones de freelance. Y te dices, da igual si no respondes a un email, ¡da igual! Y luego, como el tiempo hace bien las cosas, uno toma distancia y se re-acostumbra a los caprichos de la vida cotidiana.

En tierra firme

Y llega el sol, que calienta nuestros corazones, las actividades de verano siguen su curso, los calores también, los granitos de arena, el agua salada y la música festiva. Y uno se siente bien.

Y me olvido del teclado, de esta vida de teclado. A pesar de «todo», me olvido de «todo», borro esta vida virtual que, tal vez, ni siquiera sea virtual, porque roza la frontera.

Y vivo, como, leo, trabajo, hago cosquillas, me cuestiono, beso, me canso, me levanto, pienso, trabajo, hablo, escribo, llamo, hago la compra, cocino, limpio, plancho. Vivo.

Y las palabras permanecen allí, ancladas en mi cabeza. Quizá estén esperando a ser liberadas, soltadas, no lo sé. ¿Soltadas para quién? ¿Por qué ? ¿Para qué? Observo a mi alrededor, y me quedo sin respuesta.

En tierra firme En tierra firme

Los días pasan y las semanas también. Y me digo a mí misma que, al final, estoy bien aquí, en tierra firme, cuidando de las necesidades más básicas, cuidando de mi vida cotidiana, de la suya también.

Las semanas pasan y las palabras no desaparecen. Valsan en soledad en un rincón del hemisferio. Les digo hola, en un tête-à-tête conmigo, y les hago promesas que no sé si podré cumplir. Pero sonrío. Mientras tanto, la tortilla de patatas ya está terminada, los rubiols están en el horno, cuelgo un nuevo cuadro, y allí, como telón de fondo, algo no muy bonito está pasando en mi país. En mi otro.

En tierra firme

Una vuelta en tierra firme bienvenida, un cursor que recoloca las prioridades, un resorte que nos aferra a la vida, un diálogo con las palabras más íntimas antes que las otras, las más visibles, resurjan.

Fue el olvido de la vida de teclado. Un paréntesis encantado.