Vivir en el extranjero

Viajar para abrazar la sonrisa de las amigas

Están ahí, siempre, al otro lado de las fronteras, al otro lado del teléfono, al otro lado de la pantalla. A veces más presentes, a veces más ocupadas con sus vidas. Pero siempre están ahí. Yo lo sé y ellas también. En el amanecer de nuestra juventud, nuestras vidas se cruzaron, compartimos un trozo de nuestra historia, veladas y viajes, sonrisas y lágrimas, amores, confesiones y aventuras.

Las amigas y la distancia

Un día, esa vida en el extranjero nos invitó a aprender a amarnos en la distancia. Relaciones distintas, llamadas telefónicas que se alargan y emails epistolares y mensajes y pequeños detalles y sonrisas puestas en cada punto y seguido. Pasar los días siempre con esas ganas ilusorias de verlas aquí, en el umbral de la puerta y oír un: «¡hola!, ¿qué tal, nos tomamos un café?»

Las amigas y la distancia

Nos fuimos para verlas, un pequeño ritual anual que cuidamos más que cualquier otra cosa. Yo era una y ahora somos tres. Ellas también, han crecido, han fundado familias, han asentado las bases sólidas de un amor resplandeciente. Recorrer kilómetros, tararear, sonreír y soñar con las caritas que vamos a descubrir. La otra vez, el azar hizo bien las cosas e hicimos una visita relámpago al hospital para verla recién nacida, ahora ya es hermanita mayor. Y también ellos, recién vueltos de un largo periodo en esos bonitos países del continente africano. Y verlas jugar juntas, pequeñitas y divertidas. Ellos, escucharles hablar, una amistad por alianza y a distancia, con la sonrisa también. Como si esa vida en el extranjero no quisiera ya nunca abandonarme. Ellas y yo.

Abrazarse y reírse y descubrir nuestras maletas llenas ahora de un amor que se llama princesita, cariñito, amorcito.

Volver y pensar ya en el próximo reencuentro.

Poco importan los kilómetros cuando se tiene una vida en el extranjero.

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Lifestyle

Costumbres sin rutina

Sin rutina

Horas que vienen dictadas por los días que pasan o vuelan, depende. Rostros chispeantes de los niños y las niñas. Un café tempranero por la mañana para aquellos que salen rumbo al trabajo. Y las zapatillas para los que se quedan en casa.

Calles comerciales y paseos familiares. Sonrisas y lágrimas. Alegrías, bailar y valsar. Llorar y abrazarse fuerte. Retomar el camino y dejar caer la chaquetilla. Las primeras horas del día, ya templaditas. Y el sol que transluce y penetra a través de la ventana. Hablar, charlar, contar, palabras y pensamientos.

Darle la mano, correr y saltar de pies juntos. Limpiar la boquita. Tamborilear en el ordenador con una dulce música acompasada por bellas palabras como fondo sonoro. Y ese ruido de la máquina que pasa para sacar lustro a las calles. Abrir la puerta y decir buenos días. Irse de paseo por unos pocos minutos, con las gafas de sol en la nariz. Algunos pasos en esa arena fina.

Veladas que se alargan en la intimidad. Escuchar las últimas informaciones, los últimos acontecimientos y asentir de la cabeza. Acostarse con la sonrisa. Citas vespertinas para decirse que nos queremos. Mucho. Y chocolate caliente y sabores de antaño.

Durante algunos días, con esos rayos de sol, retomar la costumbre de una vida sin rutina.

Vivir en el extranjero

A 1 000 Kilómetros de papá

Lejos de papá

Desde que hago viajes ida y vuelta entre Francia y España, hace ya unos 20 años de eso, he tenido que acostumbrarme a la distancia y a las separaciones. Durante muchos años, fui reina y dueña de mi vida. Soltera y acostumbrada a repetidas mudanzas, iba y venía con la única preocupación de saber que mis padres estaban bien, ahí en mi isla adorada. Hoy, otra gente como Nomad’s Heart me ha sustituido en esa carrera a las mudanzas y yo me instalo en una vida más sedentaria, llena de amor y de felicidad en familia, y que ahora mismo no cambiaría por nada en el mundo.

Una distancia de doble sentido

Vivir en el extranjero es sinónimo de distancia y de separaciones. De momentos indeseables en los aeropuertos y de maletas llenas a rebosar. De reencuentros, también. Hasta hace poco tiempo, esta distancia era de sentido único. Desde que amo con locura a mi ChériGuiri, la distancia empezó a ser de doble sentido y ya desde que soy mamá, puedo decir que esta distancia es completamente a doble sentido. Y no siempre es fácil.

La Princesita y yo, marchamos, de vez en cuando, solas a Menorca, dejando a ChériGuiri en nuestra campiña bretona. Y le echamos de menos, mucho. La flexibilidad y la mobilidad que me permite mi trabajo de free-lance hacen las delicias de mis padres, sobre todo sabiendo que soy hija única. Aquí, en la isla, nosotras nos sentimos muy felices: nos levantamos con el cielo azul, nos cuidan muchísimo, tenemos la sensación de vivir tres días en uno solo, niños correteando y parques llenos de niños, una Princesita más que sonriente al lado de su «iaia» y su «l’avi», tiempo para trabajar pero también para ir a pasear por la playa… Un largo etcétera que vivimos con mucha intensidad pero sin ChériGuiri, sin ese papa que tanto amamos. Evidentemente, nos servimos del Whatsapp y de Skype para edulcorar un poco esa distancia pero no es lo mismo.

Fornells en MenorcaFornells en Menorca

Pienso en otra gente que también pasa o ha pasado por esa situación, pienso en blogueras como Madame Ordinaire o Mamzelle Mistinguett quienes hablan a veces de la distancia con sus maridos y padres de sus hijos… También leí atentamente el artículo de Asmaa en el que explica como necesita de vez en cuando recuperar energías al lado de su madre.

Con esta globalización que no para de acentuarse, los modos de vida familiares cambian y evolucionan pero a veces me pregunto si la naturaleza misma del ser humano evoluciona a la misma velocidad.

Porque para mí, el amor de una familia es tan importante que en este mismo instante, quisiera cerrar los ojos y hacer que ChériGuiri pudiera estar aquí con nosotros !

¿Y vosotras, cómo vivís, en vuestro interior, esa distancia que os separa de esos seres a los que amáis por encima de todo?
Lejos de papá