Vivir en el extranjero

Mercadillo de antigüedades, esa cosa tan francesa

Las "brocantes" en Francia

El fin de semana pasado nos fuimos a la Bretaña, como solemos hacer muy a menudo. Y es que de todas formas, somos unos campeones en eso de pasar de un departamento (província) a otro. El triángulo Loire-Atlantique-Morbihan-Ile-et-Vilaine nos lo sabemos de memoria. Vivimos en el norte de Nantes y como los amigos y familia están repartidos por ahí, pues, eso, carretera y manta.

Después de unos vasitos de sidra (esa bebida tan bretona) el sábado por la noche, nos levantamos el domingo bajo un cielo completamente gris (¡bienvenidos a la Bretaña!). La Princesita se había ido ya de paseo con su mamie, por lo que decidimos hacer una salida muy «francesa» : irnos de «brocante», o sea al mercadillo de antigüedades. Los hay a tutiplén. Os lo digo yo que me lo miro todo con ojos de extranjera-casi-francesa. Ir de «brocante» es tan francés como irse de camping, sí, sí, eso os lo conté ya el año pasado.

Después de unos diez minutillos en coche, entramos en esos viejos almacenes que habían pertenecido a una antigua fábrica. Y ahí empiezo yo a ver una de cosas inverosímiles, gente de todas las pintas y un frío que pela que casi me muero de la humedad que subía por mis piernas. Las primeras veces que iba a una «brocante», no me gustaba mucho, como que me aburría, no sabía encontrar nada. Pero ahora parece ser que le empiezo yo a coger el truquillo. Me imagino a los objetos y a los «trastos» en mi casa. ¿Quedaría eso bien? ¿Y eso? Me imagino también la vida de toda esa gente que intenta deshacerse de esas maravillas cosas raras y contemplo a las familias que hacen de la «brocante» su salida dominical con un carro de la compra, así todos en fila india.

Y esta vez, a pesar del frío, conseguí encontrar algo! Un servicio de café de porcelana de Baviera que me llevé por menos de 10 euros…

Las "brocantes" en Francia brocante
Vivir en el extranjero

Hace 20 años que llegué a Francia

Vivir en Francia

Érase una vez hace mucho tiempo.
Érase una vez hace mucho mucho tiempo.
Y una vez, fueron dos veces. Dos veces, hace mucho tiempo.

Dos veces que fue mi primera vez en ese país, en ese bonito país.

15 años. Y tan solo dos años que aprendía el francés. En el instituto, lo cogí como optativa. Y me encantó. Me encantaban los idiomas. Un día, la profesora me informó de unas becas que podía solicitar al Ministerio de Educación. Una beca para dos veranos, en familia, en Francia, una estancia lingüística. Me dijo “inténtalo, prueba, piden buenas notas y basta”. Lo intenté. Hice todo el papeleo.

Y me olvidé de que había hecho el papeleo.

Y un día, una carta me estaba esperando en el primer escalón de la escalera que llevaba al piso donde vivía con mis padres. La abrí. La leí. Tenía un sí. Y rompí a llorar. Y no de alegría, no. De miedo. Lloré por miedo. Mucho miedo. Lloré delante de mis padres. Ellos, seguían animándome. Ya había marchado sola, con 9 años una semana (en avión) y con 11 años dos semanas (en avión). Pero con 15 años, cuando la vida se construye, cuando el corazón empieza a latir por los chicos, me entró el miedo de mi vida.

La France. Fraaaaaance. La Fraaaance douce Fraaaaance. Ese gran país. Ese bonito país. Miedo. Miedo. Mucho miedo. De ese miedo que hace llorar. Pero no suelo renunciar, no soy de las de echarme para atrás. Lloro escondida en la cama pero sigo avanzando.

Finales de junio de 1 995. 15 años. Cruzo el mar para reunirme con un grupo de jóvenes en Valencia. El bus salía de allí. Visto que soy de isla, pude elegir mi lugar de salida. Elegí Valencia, no sé por qué. Más de 20 horas de bus. Mi madre también debía tener el miedo en el cuerpo. En la isla, haces 50 km línea recta, después te vas al mar. ¡Un trayecto Valencia – Nantes! Un trayecto que iba a cambiar mi vida, y yo sin saberlo.

Descubrí la Fraaance. Pero también descubrí las grandes ciudades. No descubrí Barcelona, ni Sevilla, ni Madrid.

No, descubrí las grandes distancias continentales aquí, en Francia.

Descubrí las grandes salas de cine, aquí, en Francia.
Y el Flunch.
Y mi camiseta mon t-shirt NafNaf est le seul amour de ma vie.
Y los chicos.
Y la piscina.
Y la torre Eiffel.
Me enamoré de esa tienda « ahí donde venden de todo », eso, el Monoprix.
Ví un tranvía por primera vez. Y me monté.
Intenté aprender el trabalenguas ese de les chaussettes de l’archiduchesse sont-elles sèches ?
… pero también il est des nôotres, il a bu sa bière comme les autres, et glu et glu…
Canté Cabrel y J. Clerc y Céline Dion y P. Bruel y los Enfoirés.

En 1 995 , el castillo de los Duques de Bretaña estaba cerrado. Nantes era un poco más gris. Después de las clases, bajábamos hasta el bar de la plaza de la Bourse. Y bebíamos un diabolo fraise. Descubrí también el Perrier.
Y después, de vuelta a casa de las familias. Aprendí que lo que se hace en Francia a hora X, se hace en España a hora X+2. Dos horas de diferencia. Para comer, para dormir, para salir de paseo.

Y también creí, que todos los perros de la Fraaaaance se llamaban “arrête”. La familia me sacaba de paseo a orillas del río Erdre y yo solo hacía que oír a la gente llamar a sus perros por un arrête, arrête, arrêeeeeteeeeuhh (que significa “parar”). Entonces yo creí que todos los perros eran “arrête».

Balbuceaba con un Larousse siempre entre mis manos. En mi bolso. Nunca sin mi Larousse.

Y después, también aprendí a detestar los largos fines de semana del 14 de julio (Fiesta Nacional). La Marsellesa y todo eso. No, no es que detestara La Marsellesa. Odiaba la lluvia de los largos fines de semana del 14 de julio. Porque la lluvia, en julio, es algo que tendría que estar prohibido.

Mis amigos iban a la playa y yo encerrada en una horrible casita de un sitio llamado Mesquer.
Hacía frío y húmedo. Y sin embargo, estábamos en julio. Fraaance.

No entendí nada el día que me llevaron a la playa y que se pegaron todos a la pared del fondo. ¿Por qué? En la playa vamos para bañarnos, para hacer los lagartos, para sudar.
Pero yo, aquél día, vestía un vaquero. Un tímido rayo de sol había animado mi familia francesa a ir a la playa.
No podía creérmelo. Estaba asombrada.
¡Ah, claro ! Hay mareas. ¡Caramba ! El mar también es el Atlántico.

Y los campings. El camping, esa cosa tan francesa. También lo descubrí .
Y los jardines, y las moras y las mermeladas. Esa cosa tan francesa, también.

Y yo seguía descubriendo.
Escribía cartas a mis amigas que se quedaron en Menorca. Me contestaban.
Pero yo sabía que todo iba a cambiar.

Las primeras historias de amor.
Los primeros quebraderos de cabeza.
Las primeras preocupaciones pero también las primeras alegrías.
Esas cosas maravillosas que se viven con 15 años.
Yo las viví con gente extranjera. Con gente diferente.

Sonó la hora de la vuelta. Llegó el final del verano. Las clases retoman. Primero de bachillerato.

Julio de 1 996. Y dale otra vez.

Cruzar el mar. Hasta Barcelona esta vez. Otras veinte horas de bus. Dirección Longwy esta vez. Long-que? Creí que saliendo de Barcelona me tocaría una super ciudad.

Y me encontré en Herseraaaaange. De mi ventana, veía las chimeneas de las fábricas.
Aprendí más sobre esa Fraaaaance. Douce Fraaaaance.

Una familia muy amable. Gente muy atenta, delicada, que se esforzaban por entenderme.

Y yo seguía sin separarme de mi Larousse.

Aluciné ante esa familia que vivía con francos franceses pero también con francos luxemburgueses, con francos belgas y con marcos alemanes. Viven en Francia, trabajan en Luxemburgo, tienen familia en Bélgica y se van de paseo a Alemania.
Yo soy de una isla.
La Fraaaaance. Grande Fraaaaaaance.

Sigo yendo a la piscina.
Sigo escuchando a Francis y a Patrick. Céline y Julien. Añado Renaud a la lista.
Porque sigo aprendiendo la lengua.

Redescubro las alegrías de los 14 de julio bajo la lluvia. Bajo una tienda de acampada a orillas de un lago.
En julio, yo quiero sol.
Vivo mi juventud al lado de estos jóvenes franceses que tan sólo conozco desde hace 1 semana, o 2. Me atrevo a entonar eso de il est des nôootres, il a bu sa bière comme…

Pienso en mis amigos que se han quedado en Menorca.
Estoy segura de que ese chico que me gusta se ha ido ya con otra.

Tengo 16 años. Mi corazón palpita.
Mi juventud se construye en Francia.
Un chico me guiña el ojo.
Una fuerte amistad me une a otra chica española. Está en la familia amiga de la mía.
Ufff. De vez en cuando ya viene bien eso de hablar la lengua materna.

La lengua. La vida. La Fraaaaaance.

El verano llega a su fin. Y yo sin verlo pasar.
Ciertamente, es que con esa lluvia.

Pero he visto Nancy y Metz, he recorrido la Lorena. Triers y Luxemburgo.

Toca volver a mi isla. Mi isla. Mis amigos. Mi familia.
Un día de bus y un avión, otro más.
Un ramo de flores resiste a todo eso.
Un ramo de flores, símbolo de vida de la juventud, de un corazón que palpita…

Un corazón que palpita por la Fraaaaaaaancee.

Hace 20 años conocí Francia. Ahora tengo 35. Más de la mitad de mi vida que conozco la France.

Esa Francia abierta.
Esa Francia acogedora.
Esa Francia indulgente.

Mi corazón palpita también por la France.
Mi padre, mi madre, no son la France.
La France es mi hija.

Amar la Fraaaaance. Querer la Fraaaance.

Margarida

Vivir en el extranjero

Cambiar de ciudad y encontrar nuevos amigos (varias situaciones posibles)

encontrar nuevos amigos

Viajar. Viajar. Soñar en viajar.

Viajar nos enseña muchas cosas. Para empezar, nos ayuda a conocernos mejor. Viajar no enseña a dar más valor y más importancia a ciertos aspectos de lo que había sido, hasta que decidimos marchar, nuestra vida diaria. El hecho de viajar también nos ayuda, en muchas ocasiones, a conocer mejor nuestra familia. Por otro lado, cuando viajamos descubrimos bonitos paisajes, ciudades increíbles, comidas diferentes, costumbres extranjeras.

Viajar. Viajar. Y mudarse.

Cuando uno decide marchar, vivir en otro lugar, mudarse… hay algo irrefutable: dejamos atrás un montón de costumbres y de gente que amamos para confrontarse, muy rápidamente, a otra gente y otras costumbres que con el tiempo se convertirán también en agradables, simpáticas y valiosas.

Pero todos sabemos que hay que dar tiempo al tiempo y que a veces, encontrar nuevos amigos no es fácil.

mudarse y hacer amigos nuevos

¿Amigos o conocidos ?

No es lo mismo un amigo que un conocido. Y no está mal recordar las principales diferencias. Encontrar nuevos “conocidos” es relativamente fácil: en el trabajo, en un albergue, en la playa, en la sala de espera de un médico… Los conocidos suelen ser aquella gente simpática, amable, que vemos de vez en cuando y con quienes pasamos un rato agradable. Con los conocidos se puede hablar de todo un poco sin realmente entrar en los detalles.

Los amigos es otro asunto. Los amigos son esas personas con quienes podemos confiar. Esa gente que tenemos muchas ganas de ver, con quien nos apetece compartir momentos inolvidables, tanto buenos como malos, a los amigos podemos llamarles tanto cuando las cosas no van bien como cuando tenemos una gran alegría. Los amigos dejan una mancha indeleble en nuestro corazón, en nuestra cabecita, en nuestra alma.

Voy a evocar varios casos en los que nos podemos encontrar cuando marchamos con nuestra maleta a cuestas, cuando llegamos a una nueva ciudad, cuando tenemos que hacer amigos nuevos.

Llegar solo a una nueva ciudad

Cuando llegamos solos a una nueva ciudad, no nos queda más remedio que movernos para encontrar amigos. Cuando estamos solos queremos encontrar, sí o sí, gente y solemos empezar a acumular actividades, nos matriculamos a cursos, hacemos deporte, aceptamos todas las fiestas de bienvenida o de adiós organizadas por el vecino de escalera de la nueva compañera de trabajo.

Lo que he podido ver: rápidamente encontramos conocidos pero pasado un cierto tiempo, nos damos cuenta de que no son realmente amigos (o no todos) y que hay que empezar a hacer una pequeña selección.

Llegar con la pareja a una nueva ciudad

Llegar a dos a una nueva ciudad aporta ese lote de confianza y de serenidad que tanto ayuda en los primeros tiempos. Pero más tarde, tendremos ganas de existir por nosotros mismos, de ver que somos capaces de hacernos amigos sin necesidad de nuestra pareja. Empezaremos pues a buscar actividades, a ir a la sala de fitness de turno para encontrar, a lo mejor, gente nueva. Se tiende siempre a alternar entre “mis” ganas y “sus” ganas.

Lo que he podido ver: nada porque nunca he vivido una situación semejante. Pero he oído, he escuchado y he tomado nota…

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Llegar solo a una ciudad para reunirse con la pareja

Mudarse a la ciudad donde ya vive la pareja es otra historia. No habrá terminado la primera semana que ya uno se da cuenta de que “sus” amigos se convertirán, casi por imposición, en “tus” amigos. Y eso porque las fiestecitas, comidas y actividades ya estaban programadas. Poco a poco, intentaremos encontrar válvulas de escape… buscaremos actividades para encontrar personas nuevas que puedan incluso convertirse en “tus” amigos”. Se siente una enorme necesidad de encontrar amigos sin recurrir a la pareja.

Lo que he podido ver: es una prueba de amor. A veces, habrá que callarse. Otras, habrá que poner los puntos sobre las íes. Al cabo de un tiempo, nos acostumbramos. Pero también al cabo de un tiempo, entran las ganas de invitar a gente que hemos cruzado por aquí y por allí. Son intentos de hacerse amigos. Amigos propios, no amigos de la pareja.

¿Y vosotros, cómo habéis vivido vuestra llegada a una nueva ciudad? ¿Habéis encontrado nuevos amigos fácilmente?