Niños

Érase una vez el cuento del desayuno y la escuela

El desayuno en la escuela

Diría que acabo de vivir los 8 o 10 días más intensos como mamá después de mucho tiempo. No es que sea muy difícil, tan sólo hace 3 años y 4 meses que soy mamá. Y si tengo dicha impresión es porque en ese inicio de septiembre he ido de descubrimiento en descubrimiento. Como ya sabéis (o podéis imaginar) descubro la etapa de educación infantil en Francia al mismo tiempo que mi hija, bueno, que casi es como si volviera a parvulitos (aunque creo que esa palabra ya cayó en desuso).

Como todas las mamás de todos los niños (los primogénitos de la familia) que en este curso 2016-2017 han entrado en Petite Section (el equivalente francés a P3), llevo ya desde junio habituándome a ese lenguaje materno-educativo-administrativo tan singular. Un montón de papeles a rellenar y otro montón de costumbres a asimilar.

Por lo que se refiere a los aspectos prácticos, además del pegado intensivo de etiquetas y la preparación de bolsitas para todo (ropita, trapitos…) hay algo que ya me llamó la atención en junio mientras atendía yo la interesantísima tarea de completar los formularios. Visto que en la reunión el tema también fue tratado, deduje rápidamente que estaba descubriendo yo una cuestión de alto interés: y voilà, érase una vez el cuento del desayuno.

La educación nutricional

Parece ser que por una de estas múltiples directivas, normas, leyes, recomendaciones gubernamentales o no-sé-qué, los niños, al menos en nuestra escuela, están invitados a NO llevar desayuno a no ser que nosotros, los padres, consideremos que no han comido bien antes de salir de casa por la mañana. Una hoja tamaño A4 destinada a la explicación de ese ya famoso tentempié, confirma, una vez más la importancia del asunto. Y cito (traducción) «En el marco de la educación nutricional, deseamos que el tentempié sea un complemento del desayuno», «Juzguen ustedes mismos si su hijo ha comido la cantidad suficiente conteniendo todos los alimentos necesarios…»

Sé muy bien que dicen que empezar P3 es algo así como los inicios en la vida en colectividad, el aprendizaje de las normas y el respeto de las reglas aunque yo soy de las que pienso que no hay necesidad de ir al cole para eso. Pero bueno, dejemos eso de lado. Ese tema del «tentempié» nos incomoda tanto a su padre como a mí. Porque cuando hace dos años que luchas para que tu hija coma, pues esas directivas y marcos y no-sé-qué nos parecen más bien molestas. Dicen, también, que la sociedad tiende a la obesidad pero figúrese usted, querida Education Nationale, que hay niños para quienes es más bien lo contrario y para quienes comer no es importante, no tengo tiempo, no me gusta, no quiero, no quiero eso tampoco, ya he acabado cuando apenas han comido tres cucharadas.

Nuestra experiencia

Nuestra Thelma pesó 2kg 700 al nacer, pasé un embarazo horrible porque, entre muchos otros problemas, el bebé no crecía lo suficiente. También es cierto que de tal palo tal astilla y yo fui todavía más menuda con 2kg 500 (pero a los médicos eso les daba igual). Nuestra niña es menuda y a ella comer no le produce satisfacción alguna. No le gusta masticar, es una verdadera holgazana para comer. Pero mire por donde, querida Education Nationale, tampoco le gustan mucho las golosinas ni los caramelos, cuando decimos que no le gusta comer es que no le gusta y punto. Es por eso que tenemos la sensación que el combate que estamos llevando para alimentarla, acaba usted de frenarlo. Tampoco entendemos por qué la franja horaria reservada al «posible» tentempié es de 8 h 50 a 9 h, justo cuando acaban de entrar, para nosotros eso es un poco temprano. Somos de aquellos que opinan que un tentempié sobre las 10 h de la mañana no hará que nadie se vuelva obeso así de golpe. Porque, ¿qué es una mala costumbre? Lo que puede ser una mala costumbre para ustedes, quizá no lo sea para mí. Cada uno controla y administra su organismo como lo siente, ¿no? Yo misma soy de las que le encanta picar entre comidas y sé que incluso me iría mejor hacer varias comidas pequeñas que regirme por lo de «3 comidas al día», pico entre comidas y no soy obesa, visto una 36. Como mi hija, fui una niña difícil para comer y cabezota y sé muy bien, por experiencia propia, que cuando un niño dice no es no y que la historia de sacar el mismo plato para cenar (ir a pensar, cambiar de plato o de cubiertos, contarle historias, hacer el avión -cojan la opción que más les guste) no funciona con todos los pequeños.

A Thelma le encanta tomar el biberón cuando se levanta (sí, aún prefiere el bibe a una taza) y no quiere comer. Ni siquiera media hora más tarde. Tiene que pasar mucho rato para que se decida a coger algo.

Y esos niños a quienes no les gusta comer

Cuando un niño es tiquismiquis y dice que no le gusta nada, que no quiere comer, pues sabe qué, querida Education Nationale, que las normas, las reglas y no-sé-qué nos las pasamos por el forro y si nuestra niña nos pide una galleta de chocolate pues se la damos, con mucho gusto y da igual la hora del día que sea. Porque nosotros, padres, lo que queremos es que nuestra hija coma, algo, lo que sea pero que coma!

Pero bueno, como mamá aplicada que soy, voy a continuar instalándola yo misma a las 8 h 50 en la mesita reservada para aquellos que llevan algo de «tentempié» y le voy a decir que coma algo de lo que le he preparado. Y por la noche, como mamá preocupada que soy, seguiré abriendo la cajita para contar las galletas que se ha comido (o no) y si ha dado algún mordisco a la rebanada de pan (o no). Los días que la dejo antes, en el periscolar, pediré amablemente a las responsables, con carita de caridad, estén por favor pendientes de que la niña se siente en la mesa para comer. Voy a pasar por una obsesa (que no obesa) del tentempié pero me da igual.

O sea que… si el recreo-tentempié sobre las 10 h pudiera volver, estaríamos encantados!

Me están empezando a entrar ganas de abrir en el blog una sección Educación porque creo que la escuela me va a dar mucho juego!
¿Cuáles son vuestras experiencias? ¿Cómo está organizado en España y en otros países?
Vivir en el extranjero

La vuelta

La vuelta

Hace una semanas que volvimos. Que volví. Una semana y ya un montón de cosas realizadas, decenas de papeles firmados, etiquetas pegadas, rodillas peladas, cables pasados…

Una semana, solamente. Una semana, ya. Y siempre esa sensación de entre-dos. La verdad es que tenía la idea de venir aquí para contaros el inicio del cole de Princesa Thelma y, al final, me contenté de hacer un copia-pega del estatuto Facebook que publiqué el viernes pasado. Un escrito que sale también del corazón pero que escribí sin tanto pensar, lo que no habría ocurrido de haberme puesto detrás del WordPress. También pensaba que vendría aquí para explicaros mi vuelta. Pero, ¿mi vuelta de qué? ¿De dónde? ¿Adónde?

Y eso. Además, acabo de contestar a una de esas encuestas destinadas a los expatriados españoles. Nada del otro mundo. Siempre son las mismas preguntas, sí sí, claro que echo de menos la paella, bueno, en realidad no porque la cocino yo misma. Y por ende, siempre esa palabra E X P A T R I A D O que uno ya no sabe lo que significa en la coyuntura actual. En fin.

O sea que, voilà, qué deciros si no es que ocho días atrás estábamos aún bajo el sol mediterráneo, los pies en el agua, tecleando mis proyectos de freelance. El momento de irse siempre es un poco duro. La ida. El adiós. Pero ya está. Después, nada más. Las lágrimas se secan porque…desde que soy mamá… ¡soy fuerte!

Pero es también desde que soy mamá que me siento más entre dos mares. Pero de hecho, esa sensación la guardo en un rinconcito del corazón. Bien escondido. Y sigo avanzando. Es algo así como tener el sentimiento de que ya no sé lo que quiero. Más bien, no sé de dónde soy, dónde voy, dónde quiero ir. Pero me las apaño. En el fondo, creo que eso no son más que los síntomas de la vuelta. Cuando me preguntan si me planteo volver, digo que sí y luego digo que no. Volver, al cabo de tantos años aterroriza, os lo aseguro.

Y por las mañanas, desde hace cuatro días, llevo a Princesa Thelma al cole. Cuatro días ya. Y la siento en la mesilla donde tienen un ratito para desayunar. Y le hablo. En nuestro idioma. Evidentemente. Y algunas miradas se giran hacia nosotras. Miradas amables pero miradas sobre nosotras. Claro está. ¿Quién debe ser esa gente? ¿En qué idioma hablan? Pero me da igual. Exactamente igual. Doy un enorme-dulce beso a mi cosita bonita y doy media vuelta, sonrío, deseo un feliz día a la maîtresse en la lengua de Molière y me voy.

Y él que tiene las manos de oro y es un manitas de aúpa y está ahí dale que te pego haciendo nuestra casa. ¡Sí, nuestra casa! Y eso también da así como algo de miedo. Mi casa. Aquí. En el extranjero. Y yo que no sé hacer nada de mis manos, paso el tiempo con ella. Aquí. En nuestro pueblo de campo tranquilo a más no poder. Hace tan sólo una semana estábamos en la España efervescente y bulliciosa con ruidos, carcajadas, niños en la calle, juegos en las calles.

La vuelta. El silencio. Los modos de vida diferentes y nosotros en medio.

Vivir en el extranjero

Paredes arriba (nuestra casa en Francia)

Por fin llegó ese día tan esperado. Después de meses y meses de trámites y de papeleos, de preguntas y de dudas, de algunos obstáculos también, el día tan deseado en el que nuestras paredes serán montadas ha llegado. Nada de extraordinario, nada nuevo bajo la faz de la Tierra. Es la vida misma, proyectos nuestros que nos agradan como vosotros amáis los vuestros. El común de los mortales, vamos. Pero… pero… hay algo ahí en mi corazoncito que me dice y me señala que algo se me hace extraño cuando pronuncio que «hacemos construir» (como dicen los franchutes) en Francia. Francia ese país que después de tantos años es ya el mío sin serlo.

El proyecto casa «en el extranjero»

Y ese proyecto con el que llevamos metidos desde hace ya muchos meses, lo voy a llevar a cabo, lo voy a realizar lejos de mi familia, de mis seres queridos, de todas esas amigas que he ido encontrado a lo largo y ancho de mis tantas mudanzas. Y sí, se hace raro. Sobre todo que cuando hablé con algunos amigos españoles de que íbamos a hacer una casa, algunos me dijeron «eso quiere decir que ya no vuelves por aquí». A lo que yo contesté que «eso nunca se sabe» y que si algo he aprendido con tantas mudanzas y tantas ciudades es que hay que vivir el momento presente y que ya veremos lo que el futuro nos regala. Aunque en el fondo, pues sí, la verdad, en el fondo de mi corazoncito y de mi cabecita, millones de cositas y de sentimientos se activan… Pero saboreo el presente, como siempre intento, y lo disfruto con los amigos hechos aquí.

Así pues, ahí andamos, metidos en un proyecto que maduramos durante mucho tiempo. Con nuestros quebraderos de cabeza administrativos (y solo los que aquí han vivido, saben como es eso de complicado en Francia) pero por fin, vemos llegar esas primeras paredes, esa noble madera.

Mientras estoy aquí tecleando, oigo los bip-bip de la primera máquina que va camino de las obras porque, de hecho, seremos nuestros propios futuros vecinos. Me explico, la casa que construimos se encuentra justo detrás de la casa en la que vivimos desde hace ya 4 años. El proceso ha sido largo.

casa con entramado de madera - Francia casa con entramado de madera - Francia

Pensar en una casa pero sin meterse presión : ¡por fin me siento preparada!

Cuando llegué a Nantes (centro) para empezar a vivir con mi ChériGuiri, vivimos en un piso propiedad suya. Un piso que él había comprado siendo soltero y que había renovado por completo él solito (mi ChériGuiri tiene manos de oro, conocimientos técnicos y un montón de ideas para acondicionar e idear los espacios). Dos años más tarde, justo después de nuestra pequeña boda, quisimos mudarnos a una casa para empezar a pensar en ampliar la familia y vivir tranquilitos. Pero ahí yo empecé a sentir que eso era «demasiado». Demasiados cambios a la vez. De experta soltera de ciudad en ciudad a recién casada en un país que no es el mío y en una casa en el campo. Tuve algo de miedo. Sí. Miedo de meternos en demasiadas cosas a la vez, demasiadas cosas de «grande» (¡y eso que ya pasaba yo de los treinta¡). Comprar una casa para renovar o comprar un solar para construir en las afueras (sí, porque uno tiene que ser sincero y las casas en pleno centro de Nantes no son aptas para nuestro bolsillo) y a la vez pasar por un embarazo y un bebé? No, gracias. Aquí, sola, no gracias. Le dije que mejor si íbamos por etapas, que nos queremos demasiado como para estropear las cosas a causa de un estrés de esos tontos. O sea que decidimos pues tomarnos nuestro tiempo. Y tuvimos razón.

Vendimos el piso y tuvimos la inmensa suerte de encontrar una casa nueva de alquiler. Cuando la visitamos no estaba siquiera acabada. Tramitamos nuestro dossier (porque en Francia, hay también muuuucho papeleo a la hora de alquilar) y fue aceptado. Supongo que el hecho de la casa sea nueva ha contribuido a que nos sintamos muy bien en ella, vamos, como si fuera nuestra. Pero sobre todo, eso me ha permitido «comprobar» si soy capaz o no de vivir «en el campo» (preciso que aquí, las afueras de la ciudad son enseguida «el campo» porque de hecho estamos a tan solo 12 minutos de la ciudad pero tengo a las vacas por vecinas). Y sí, lo soy. Lo soy siempre y cuando tenga mis paréntesis menorquines en mi casa de familia (y con el tandem sol-cielo azul). Me quedé rápidamente embarazada y eso también vino a reforzar nuestra elección de que era mejor hacer una cosa después de la otra porque al final, el embarazo fue complicado y me pasé 5 largos meses de invierno sola, tumbada en el sofá (no se lo deseo a nadie).

Y no fue hasta que Princesa Thelma tuvo 1 año y medio que hablamos de nuevo de nuestro proyecto casa.

Hoy es pues un día especial para nosotros. Un día de mariposillas en el estómago, de mucho trabajo por delante pero de una felicidad de esas tremendas.

Hoy nuestra casa con armazón de madera empieza a ver la luz!

El campo francésEl campo francés

Este artículo lo escribí ayer. Es algo íntimo. Lo he(mos) leído un montón de veces ante de dar al clic para publicar. Ayer fue un día cargado para la sentimental que yo soy, enganchada al whatsapp con mi madre que incluso a distancia sabe contagiarte de entusiasmo y luego, esa sonrisa de oreja a oreja de ChériGuiri, pura felicidad! Eso sí, Princesa Thelma cuando por la tarde fuimos los tres juntos a ver las cuatro primeras paredes, se quedó dubitativa «¿dónde está mi columpio?»…
Voilà, un trozo de mi vida en el extranjero que he decidido compartir con vosotros. Porque sé que allá de los Pirineos hay gente que se preocupa por nosotros.
O sea que… Merci. Gracias. Gràcies mil. 

PD.- El cielo gris de las fotos es regalo gratuito del fabuloso mes de junio -y mayo- que estamos teniendo…Aunque me prometí no hacer más bromas con el tiempo, no pude resistirme!